“No prestamos atención a las cosas aburridas” John Medina.
Este pueblo de labios me honra, pero su corazón
está lejos de mí. Mt.15:8
Generalmente pensamos que si
alguien está predicando en un púlpito, su discurso es Palabra de Dios. Puede no ser así, y cada creyente debe
valorar cada mensaje que escucha. En cierta forma, esto también sería “escuchar
con el Espíritu, pero también con el
entendimiento”.
Tenía unos cuatro o cinco años en el
cristianismo, daba mis primeros pasos en el ministerio, y ya formaba parte de ese
grupo que siempre se encarga de todo en la iglesia, los jóvenes. Un día nos
informaron que Carmencita había muerto. Un grupo de hermanos nos dispusimos a
estar en el velorio. Por supuesto, hicimos ceremonia, hubo prédica,
cantos y oraciones, al menos hasta la 1:00 de la mañana.
Cuando todo había terminado, los que nos quedamos
en el templo decidimos acomodarnos en algunas bancas y dormir un poco. Cerca de
las 4:00 de la mañana, un hombre adulto, miembro de la congregación y parte de
los líderes, llegó diciéndonos “que organizáramos una ceremonia de culto, que
tenía un mensaje que predicar a los que aún estábamos allí con motivo de la
muerte de Carmencita”. Los encargados nos miramos unos a otros, sorprendidos de
aquella petición, porque la hora no estaba para escuchar ningún sermón. La cosa
fue peor cuando el líder de jóvenes me miró directamente y me dijo que él ya se
iba, que yo me encargara de organizar la ceremonia para que aquel hombre
predicara, y como me lo dijo delante de él, no tuve más remedio que iniciar los
preparativos, para que el “recién llegado y amanecido predicador” ofreciera su
discurso.
Tengo que decir que ese
hombre no era un predicador propiamente dicho, pero sí alguien que quería
sentirse como tal y aprovechaba oportunidades como esa para presentar sus sermones.
Cuando inició su prédica,
varios estaban molestos, pues no querían escuchar nada a esa hora de la mañana.
El sueño era poderoso, sin embargo, el flamante predicador inició su sermón. La
cereza que adornó el pastel fue que, igual que Pablo en Hechos 20, el discurso
se alargó más de lo esperado. Uno de los muchachos que estaba sentado a mi
lado, en la primera banca, casi frente “al predicador”, me dijo: “Este hombre
no terminó jamás, qué bárbaro”. Mi memoria me lleva a ese preciso momento, y
aún recuerdo al muchacho diciendo aquello en voz alta. Seguramente quien
predicaba pudo escuchar a ese joven.
Después de eso, yo volví mi mirada hacia atrás,
para ver cómo estaba el ánimo de los que “escuchaban” el sermón. No me sorprendió
ver a unos siete hermanos literalmente dormidos, aunque solo éramos cerca de
veinte. No voy a olvidar jamás a aquella hermana gruesa, de unas 270 libras de
peso, con jaquet blanca, brazos cruzados, su cabeza inclinada hacia atrás y con
la boca abierta por el sueño profundo en el que estaba.
Aquel imprudente “predicador”, a pesar de ver ese
panorama, no fue capaz de acortar su discurso y menos de terminarlo. Ya no
recuerdo qué predicó, sí recuerdo que citó mal los textos que usó, y lo
único que literalmente viene a mi memoria, fue una frase esperanzadora que dijo
cerca de 55 minutos después de haber iniciado: “Y ya para concluir…” Cuando él
dijo aquello, una fuerte interjección se oyó de la parte de atrás del lugar:
“¡Uf!”, denotando cansancio, fastidio, sofocación, repugnancia hacia el molesto
y eterno sermón aquel.
Muchas veces me ha tocado ver a personas cabecear
cuando me encuentro en el uso de la palabra, y estoy totalmente seguro que a
usted también le ha ocurrido. Para su
alivio, le digo que eso es normal. Hay personas que se duermen hasta cantando.
Un amigo predicador, me dijo por teléfono, que su último sermón hasta a él le
dio sueño. Pero, esas señales son importantes, ya que nos dicen que debemos
“calibrar” el discurso para recuperar la atención de los oyentes.
Hay varias estrategias para ayudar al oyente a mantener toda su
atención sin pestañear en nuestros sermones, planteo muchas de ellas en mi
libro NEURO PREDICACIÓN. Como expositores de la Palabra, siempre hemos de tener
la intención de crecer, de mejorar como predicadores, por eso, debemos aprender
estrategias que nos ayuden a ser exponentes poderosos de la Palabra eterna de
Dios.
Lic. Bruno Valle G.
Tomado de “Neuro Predicación, el arte de enseñar eficazmente”.
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