La historia de Jueces 19, el levita y su concubina, es digna de la mejor calificación en narrativa de horror e insensibilidad humana. Lamentablemente, una mujer es la víctima de la historia. Veamos.
Un levita se hace acompañar de una mujer de Belén. En un momento de desacuerdo tienen un altercado tan grande, que la chica decide abandonar al hombre. El día siguiente al pleito, el hombre se entera que su mujer se marchó, y él decide ir en su búsqueda. Cuando llega a la casa de su suegro en Belén, encuentra a su concubina, aún enfadada con él, pero echando mano de la astucia varonil, el levita le habla románticamente a la joven, y la persuade de volver a su lado. Ambos planean el retorno, y por el camino todo era amor y dulzura, hasta que llegan al pueblo de Gabaa, donde habitaban los benjamitas.
Aquel pueblo era de gente impía. Al levita y su mujer les tomó la noche en la plaza de aquel lugar, pues nadie quiso darles posada, o al menos alquilarles un espacio para pasar la noche, hasta que un aciano foráneo los invitó a pasar a su casa y dormir allí. Pasado un rato, mientras cenaban, se oyó que golpearon fuertemente a la puerta de la vivienda: eran los hombres del pueblo, que tenían una demanda, “Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para violarlo”. V.22. El anciano dueño de casa, sale para hablar con ellos, y les propone entregarles a su hija virgen y a la mujer del levita, pero los hombres impíos no aceptaban el trato, querían al levita de cualquier forma. El anciano entra nuevamente a la casa, y sucede un acto de crueldad que la mente occidental no puede comprender en detalle: “el levita tomó a su concubina y la echó a la calle. Los hombres la violaron y la ultrajaron toda la noche, hasta el amanecer; ya en la madrugada la dejaron ir.”
“Despuntaba el alba cuando la mujer volvió, y se desplomó a la entrada de la casa donde estaba hospedado su marido. Allí se quedó hasta que amaneció. Cuando por la mañana su marido se levantó y abrió la puerta de la casa, dispuesto a seguir su camino, vio allí a su concubina, tendida a la entrada de la casa y con las manos en el umbral. "¡Levántate, vámonos!", le dijo, pero no obtuvo respuesta. Entonces el hombre la puso sobre su asno y partió hacia su casa.” La mujer había muerto por el ultraje del que fue objeto. Tan brutal fue el ataque de aquellos seres malignos, que la mujer sufrió toda la noche en sus manos hasta que murió. Lo asombroso del relato es la forma en la que su marido le grita “¡Levántate, vámonos!” al parecer, no le importaba lo que esta pobre mujer, que por amor volvía con él, pasó a manos de los violadores de aquel pueblo.
El levita toma el cadáver de su mujer, lo sube en su asno, y al llegar a casa, parte el cadáver de la joven en doce pedazos, los cuales coloca en un asno y los manda a recorrer el país, acto que según la biblia, es un llamado a la unidad en contra de aquel pueblo de gente perversa que habían cometido semejante crueldad.
Veinticinco años después de conocer este relato, aun no comprendo la insensibilidad de este levita: “¡Levántate, vámonos!”, como si nada había pasado. Esta historia nos muestra un poco el pensamiento y la cultura del semita con relación a la mujer. Incluso, los evangelios nos dejan ver un poco cuando después que Jesús alimenta a miles de personas, el escritor añade que “sin contar mujeres y niños”, Mt.14:21, como si las mujeres y los niños no importaran.
El testimonio de una mujer no tenía valor en aquellos lugares y tiempos, por eso, los discípulos no creían la noticia de la resurrección que las mujeres estaban dando, Mc.16:10,11. Incluso, las mujeres no tenían derecho a herencias en los registros hebreos, Nm.27:3-8, hasta que el Señor las reivindicó.
La mujer samaritana se sorprende de que Jesús, un judío, pero especialmente hombre, hablara con ella. Esta mujer no entendía que de todos los hombres que ella había conocido, este Jesús cambiaría por completo su vida. Ella era la discriminada del pueblo, a la que todos temían porque la llamaban la “roba maridos”. Hubieran querido partirla en doce pedazos como la concubina del levita, y mandarla lejos de Samaria.
Por el odio que le sentían, la samaritana llegaba al pozo al medio día, cuando no había nadie que la observara y criticara. Esta mujer había tenido muchas aventuras, porque siempre se enamoraba y albergaba la ilusión de que por fin un hombre le diera su lugar y un hogar respetable. Sin embargo, todos la usaban. Así fue como llegó a tener muchas parejas.
Aquel medio día en que llegaba al pozo nuevamente para sacar agua, vio de lejos que un hombre estaba sentado en él. Ella se portó indiferente, sobre todo porque el hombre era un judío. Cuando ella escuchó la voz del hombre pidiéndole un poco de agua, su sorpresa fue grande: un judío se dirigía a ella, le prestaba atención, no la discriminaba. Y es que Jesús rompía todos los esquemas, iba en contra de todo lo que no estaba bien aunque medio mundo lo practicara.
La biblia se encarga de decirnos que para Jesús “era necesario pasar por Samaria”, Jn.4:4. ¿Por qué el Señor necesitaba pasar por aquel pueblo? Porque allí había una mujer muy especial para él: La samaritana, discriminada y violentada por muchos, pero para él, un ser digno, alguien por la cual valía la pena morir en la Cruz.
Jesús la cambió por completo, pues incluso, se atreve a llamar a las personas de Samaria para que salgan a conocer al hombre que “le había dicho todo lo que era y lo que había hecho”. Un cambio tan radical solo Jesús lo puede producir. La discriminada, la maltratada pasó a ser una vocera del evangelio ante los samaritanos, condujo a una gran multitud hacia Jesús. Y los hombres de aquel lugar decían: ya no creemos solo por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos le hemos visto y oído”. Jn.4:42.
Con esto aprendemos:
- Que Jesús es el hombre más maravilloso de todos, capaz de tratar a una mujer como un ser digno y valioso. Ni siquiera el mejor esposo del mundo puede tratar a una mujer como Jesús lo hace.
- Que Jesús vino a establecer términos de trato diferentes a los que tenían en su propia cultura, por eso Pablo dijo que en Cristo ya no hay varón ni mujer, Gál.3.28. el cristianismo abre infinitas posibilidades de realización para toda mujer.
¿Cuál es la diferencia entre nuestro mundo y el que vivió la concubina y la samaritana? Prácticamente ninguna. Actualmente a la mujer se le utiliza, su imagen se instrumentaliza con fines comerciales. Nada ha cambiado. Ese ser maravillo, sensible, emocional aun continúa siendo violentado. Pero Jesús apareció en este mundo para ubicar a la mujer, y darle la seguridad de realmente sentirse amada. Cristo rompe los esquemas. En él cualquier ser humano puede realizarse al cien por ciento.
Entonces, la mejor posición de una mujer, es en Cristo, en el cual no hay maltrato ni violencia, sino todo lo contrario: metas, objetivos, valores alcanzables y una vida llena de dicha total.
Solo Jesús puede darle el trato fino y delicado que usted merece, entonces enamórese de él para que haga de usted una mujer nueva, digna, no discriminada ni maltratada. Está en sus manos el ser tratada como una concubina o una digna samaritana.
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