Mt.6:19-21.
Jesús era un maestro para ilustrar sus enseñanzas. Utilizaba situaciones de la vida real para que las personas entendieran. Era un comunicador experto de las verdades espirituales.
En una ocasión dijo:
“No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón.
La polilla, una especie de mariposita, es destructiva en su estado de larva. Las personas a las que Jesús se dirigió conocían este insecto muy bien. Siendo que la ropa era en ese entonces una posesión muy apreciada, era una verdadera calamidad que estos gusanos aparecieran en ella, prácticamente significaba la destrucción de esta. Cuando el Señor menciona la destrucción de las cosas, en unas versiones habla del orín, se refiere a la corrupción natural de los objetos por la humedad. La corrosión tiene su punto de partida en la humedad. Al final de las tres ilustraciones, se encuentra la del ladrón que entra para hurtar los bienes de las personas. En los tiempos bíblicos las casas eran fabricadas con barro, lo cual facilitaba a los malhechores perforar las paredes con palos, y poder así entrar a las viviendas.
Estas tres ilustraciones sirven para hacernos entender que los bienes de este mundo son temporales e inciertos, y por lo tanto, no debemos asignarles un gran valor. Por esta razón el Señor dijo “No amontonen riquezas acá en la tierra”. Para Jesús, las cosas temporales no deben ocupar un puesto de prioridad en el orden de nuestra vida.
Las riquezas pueden arruinar al hombre y alejarlo de Dios para siempre. Dios no está interesado en las cosas que tenemos, sino en nosotros mismos. De esa manera, él espera que nuestro máximo interés sea él y no lo que poseemos.
Acá es donde inicia una escala de valores para nosotros. Una persona que ha llegado a obtener muchas riquezas por un esfuerzo desmedido, en realidad es pobre delante de Dios. Jesús relató la historia del rico tonto, que al haber ganado una gran fortuna, perdió lo más importante que tenía, su alma: Lc.12:16-21.
Las riquezas pueden convertirse en rival para el Señor. Él nos anhela celosamente, y no quiere compartirnos con nada, pero cuando nuestra mente y todas nuestras energías están centradas en las cosas temporales del mundo, partimos el corazón del Señor, quien quiere estar en el centro de nuestros pensamientos y objetivos.
Todos hemos oído la historia de la persona que fue invitada a la iglesia, y dijo que no podía asistir porque no había alguien que se quedara en casa. El que le invitaba respondió: Jesús cuidará tu casa. En ese caso –dijo el invitado- vamos.
Una vez en la iglesia, el predicador dijo: queridos hermanos, Jesús está aquí. Con sorpresa el creyente que había invitado al amigo vio como éste se levantaba y salía de prisa. El hermano le preguntó qué era lo que pasaba. El invitado le respondió molesto: me engañaste, dijiste que Jesús se quedaría cuidando mi casa, y él vino también al culto.
El Señor quiere dejarnos bien claro lo efímeras que son las cosas materiales, y se vale de una tercera ilustración para demostrarlo. Una de las mayores felicidades que nuestro padre nos dio cuando estábamos niños fue una pequeña televisión de doce pulgadas, con monitor blanco y negro. Con mucha impaciencia esperábamos el inicio de la programación de los dos únicos canales del país: uno iniciaba a las once de la mañana, el otro a las tres de la tarde. Los muñequitos, les decimos por acá a los dibujos animados, era lo primero que presentaban. Éramos felices con la programación para niños. Luego por las noches la familia entera nos entreteníamos viendo alguna telenovela venezolana o colombiana, que para ese entonces, eran las que presentaban en nuestro país. Estábamos contentos con nuestro pequeño televisor.
La sorpresa fue una mañana, cuando una de las tablas del frente de la casa estaba despegada y nuestro amado televisorcito ya no estaba. Un ladrón penetró a la sala de la casa mientras dormíamos y se llevó lo que tanto nos divertía. Para nosotros, mis hermanos y yo, fue un verdadero trauma, pues todo lo que nos gustaba ver se lo llevó el nocturno visitante.
Jesús dijo que debemos ser ricos para con Dios, Lc.12:21. Abraham es un ejemplo de alguien que era rico, pero no avaro. Aunque pudo multiplicar sus bienes, esto no fue lo más importante en su vida. Un episodio singular lo demuestra claramente: Cuando Abraham rescató de manos de Quedarlaómer a muchas personas que este había secuestrado, incluyendo a su sobrino Lot, el rey de Sodoma le ofreció que se quedara con los bienes que había rescatado y que le entregara a las personas. La respuesta de Abraham demuestra su desapego a los bienes terrenales: “Le he jurado al Señor, al Dios altísimo que hizo el cielo y la tierra, que no voy a tomar nada de lo que es tuyo, ni siquiera un hilo o una correa para mis sandalias, para que nunca digas que tú fuiste el que me hizo rico”. Gn.14:21-24. Para Abraham su mayor riqueza era el Señor, por esa razón jamás fue una persona codiciosa.
Según Moisés, el señor no niega las riquezas a sus hijos, pero estas provienen de una clara relación con él y obediencia a sus mandamientos: “Y te abrirá su rico tesoro, que es el cielo, para darle a tu tierra la lluvia que necesite; y hará prosperar todo tu trabajo. Podrás prestar a muchas naciones, pero tú no tendrás que pedir prestado a nadie. El Señor te pondrá en el primer lugar, y no en el último; siempre estarás por encima de los demás, y nunca por debajo, con tal de que atiendas a los mandamientos del Señor tu Dios, que yo te ordeno hoy, y los pongas en práctica,”… Dt.28:12,13DHH. Jesús repite este concepto al decir: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.Mt.6:33RV60.
Por otro lado, Dios no puede ser glorificado ante las personas si su pueblo padece necesidades. Hace algunos meses, llegó a nosotros un hombre joven, diciendo que era evangelista, y solicitaba le permitiéramos predicar sobre prosperidad en la congregación. Entre otras cosas, dijo que después de sus prédicas las personas quedaban ofrendando generosamente y que económicamente la iglesia prosperaría. ¿Qué hizo que yo dudara de su propuesta? Él no parecía una persona próspera. Todo lo contrario, tenía el aspecto de quien estaba atravesando crisis severas. Contra hechos no hay argumentos: su presentación me indicó que no era una persona prosperada. ¿Acaso podemos decir que Dios quiere bendecir a las personas si nosotros mismos no estamos bendecidos? Imposible. Pero es cierto, nuestro Dios quiere bendecirnos, pues es un Dios rico y justo.
Las cosas de este mundo desaparecen, pero ellas mismas pueden actuar como una polilla que carcome el corazón del ser humano y le roban la eternidad. Pablo nos invita a observar las riquezas que están reservadas para nosotros en la eternidad, Ef.1:18.
Las cosas invisibles son las que tienen el germen de la eternidad en sí mismas. 2Cor.4:18: “Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
Proverbios lo resume de esta forma: “No arruines tu salud por las riquezas, más bien sé sabio y deja esa obsesión. En un momento las tienes y luego se esfuman; vuelan tan rápido, que parece que tuvieran alas como las águilas”. Prv.23:4,5.
Jesús finaliza esta enseñanza diciendo: “Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón”. Esta idea resume las dos anteriores, si amamos las cosas de este mundo, nuestras fuerzas estarán puestas en ellas, si las de la eternidad, nuestra mente estará puesta en ellas. Estamos entregados a aquello que más amamos.
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