por Bruno Valle G.
Las culturas antiguas nos han dejado un legado fantástico en los anales de la historia a las civilizaciones modernas. Los antiguos egipcios, con sus misteriosas costumbres, aún fascinan a todo aquel que pasa a lo lejos de su legado histórico, ya sea por medio de libros, revistas o aún por medio de programas televisivos que nos muestran cuán grandes e inteligentes fueron estos misteriosos personajes.
Babilonia, la antigua ciudad con jardínes colgantes admirados por muchas generaciones, nos ha dejado un importante espacio en la historia antigua tocante a sus quehaceres culturales. La enorme belleza de los jardínes colgantes, les mereció que fueran reconocidos como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Lamentablemente ahora estas bellezas sólo se pueden estudiar por medio de la arqueología, ya que lo que una vez fuera una ciudad hermosa, ahora yace completamente en ruinas como también la profecía bíblica lo predijera (Jeremías 50.1 3).
Pero la cultura que más roba nuestra atención es la cultura de los hebreos, cultura que albergó una fuente de verdaderas costumbres comunicativas de verdades espirituales que permanecen todas ellas en las Sagradas Escrituras. Es precisamente este mundo de las costumbres que deseo analizar, ya que estas costumbres orientales sirven como trasfondo para realidades espirituales que encontramos en
Por lo general, los hombres tenemos la inclinación de convertir las costumbres en leyes, y en lo que tiene que ver con las Escrituras, las costumbres las convertimos en doctrinas, aunque estas enseñanzas no tengan que ver nada con nosotros hoy en día, ya que son costumbres de otro continente, de otro pueblo, y sobre todo, de otro tiempo de la historia.
1) El primer punto de sumo interés para nosotros es el lavado de los pies por parte de algunos grupos religiosos. Estudiaremos primero cómo se formula la costumbre en el oriente, y luego analicemos cómo se presenta en las Escrituras.
La costumbre oriental del lavado de pies tenía gran importancia en aquellas regiones desérticas, donde sus habitantes usaban únicamente como calzado sandalias que no daban cobertura completa a los pies, los cuales necesitaban ser lavados después de una jornada completa de camino. Al llegar al lugar de destino, por ejemplo alguna casa, era un acto de cortesía de parte del anfitrión lavar los pies del visitante, acto que era realizado por algún serviente. En caso que la familia fuera de escasos recursos, este oficio le tocaba al dueño de casa, pero sólo en casos remotos. Esta práctica la vemos ampliamente reflejada en las Escrituras e incluso, tenemos el más grande acto de humildad que se nos enseña por medio de estas costumbres, cuando nuestro bendito Salvador "se levantó de la cena, y se quitó su manto y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido " (Juan 13.4,5). Fue una gran sorpresa para los discípulos que seguramente no entendían lo que pasaba en ese momento, pero que viniendo del Maestro lo aceptaban todo aunque no lo entendieran. Sin palabras, la más grande lección de humildad fue dada por el Señor aquella noche en que celebraban una cena muy importante, "la última cena del Señor con ellos".
Es relevante notar que en esa ocasión, Jesús no inventó el acto de lavar los pies. Tampoco lo instituyó como un acto ceremonial para la iglesia. Consideremos primeramente que el acto que Jesús se proponía enseñar era una lección para sus discípulos (versículos 12,16). Crono lógicamente este texto de Juan 13.4,5, cabe después de Lucas 22.24 30, pasaje en el que los discípulos discuten entre sí cuál de ellos ocuparía el puesto de más honor. Jesús miró en ese momento la oportunidad de corregir a sus discípulos, y lo hizo por medio de la costumbre del lavado de pies. El espíritu de humildad que Jesús mostró en esa ocasión era un contraste con el espíritu ambicioso de los apóstoles.
Había la costumbre que el discípulo lavara los pies del maestro, pero nunca el maestro lavar los pies del discípulo, de tal manera que la escena del lavado de pies toma una gran importancia de acuerdo con la costumbre. La actitud de Pedro siempre fue sobresaliente, y dijo al maestro: "No me lavarás los pies jamás ", (versículo 8). Cuando Jesús le hizo ver la importancia del acto, Pedro insistió en que no quería solamente el lavado de los pies, sino también el de todo el cuerpo, pero el Señor le hizo ver que eso no era necesario. En contraste con muchas agrupaciones religiosas que practican el lavado de los pies, carecen de esta sublime virtud que el Señor nos enseñó: La humildad. También hay los que pueden tener los pies lavados, pero sin la pureza del alma que la vida cristiana requiere. En todo esto llegamos a la conclusión que el lavado de pies no es una doctrina que sea enseñada en las Sagradas Escrituras, que si el Señor Jesús la practicó fue por la conveniencia que tenía para él en ese momento de poder dar una lección práctica a sus discípulos. Entendamos que el punto principal que Jesús enfocó en este caso fue la enseñanza de servirse los unos a los otros como él, el Maestro, lo había hecho con ellos (Juan 13.13 15), no obstante estas palabras de Jesús, no vemos que él instituyera una práctica doctrinal para su iglesia, y menos aun que dicha práctica tuviera significado alguno para la salvación de los discípulos.
2) Otra práctica en algunos grupos religiosos es el uso de una mantilla o un tipo de velo que usan siguiendo una práctica cultural que encontramos en el Nuevo Testamento. El velo era parte de la indumentaria de la mujer oriental en los tiempos de Jesús, y actualmente podemos constatar esta costumbre en muchas partes de las tierras donde Jesús y sus discípulos vivieron. Esta costumbre del vestido de la mujer oriental no tiene nada que ver con nosotros y tampoco encierra ningún significado doctrinal y menos aún en lo que tiene que ver con nuestra salvación.
El velo era y es parte del vestido de las mujeres orientales, y constituía más que un ornamento, pues tenía significado ético: la mujer lo usaba para ocultarse de la mirada de los hombres, no así de la mirada del marido o de los parientes cercanos. Consideramos que el velo les cubría el rostro con excepción de un ojo (Cantares 4.9). En otras ocasiones cubría todo el cuerpo a manera de manto (Génesis 24.65). Era generalmente de seda y lino. Era considerada una desgracia que un hombre sorprendiera a una mujer sin el velo puesto sobre el rostro o que alguien intencionalmente se lo quitara (Cantares 5.7).
El uso del velo llegó a ser considerado como una señal de autoridad, es decir, la mujer que lo usaba, demostraba que estaba sujeta a su marido. Pero en esto hagamos un pequeño comentario: Ya en el cristianismo la sujeción de la mujer al varón no se daba como una costumbre, sino como un mandamiento de Dios (Efesios 5.22).
El uso del velo causó controversia en la Iglesia del Señor en Corinto (1 Corintios 11.3 16). Consideremos especialmente que el punto que el apóstol Pablo aborda es que si la mujer debe orar en la asamblea con la cabeza descubierta o tapada con el velo. Si el velo era una señal de sujeción al varón, este, el velo, debía ser usado en todo tiempo y en todo lugar, incluso al profetizar u orar (1 Corintios 11.5,6). Observemos que Pablo no implantó el velo como parte de la doctrina cristiana, simplemente se refirió a él como la costumbre lo usaba.
El apóstol expone muy claramente el uso del velo por parte de las hermanas, y establece que esa es la norma en todas las congregaciones del Señor. Sin embargo, "sabe que algunos que aman las discusiones encontraran razones para no hacer como el apóstol les ha instruido, pero por parte de Pablo todo estaba dicho" (1 Corintios 11.16).
Según el apóstol Pablo había tal costumbre en las iglesias que las mujeres participaran con la cabeza cubierta por el velo en los cultos, pero repetimos que esto era únicamente parte de la cultura y costumbres del tiempo en el que le tocó vivir al apóstol. Esta práctica no tiene absolutamente nada que ver con nosotros los cristianos del siglo XXI, de otro tiempo y de otro continente, y como una consigna, repetimos que absolutamente no, nada tiene que ver con nuestra salvación. De ninguna manera.
3) La otra parte que debemos ver como área de nuestro estudio, es el uso del ungüento. ¿Debemos nosotros los cristianos actuales usar el ungüento como parte de nuestra vida cristiana y en las ceremonias del culto? En el mundo antiguo los ungüentos eran preparados con aceites y hierbas aromáticas, y eran considerados como un artículo de tocador (Eclesiastés 9.8). Este ungüento era de suma importancia en un clima desértico. Donde el agua escasea, el ungüento sirve para evitar los malos olores producidos por la transpiración.
Notemos en Lucas 7.46, cómo el uso del ungüento en un visitante era un símbolo de honor, parte de la cortesía del pueblo oriental. Definitivamente, nosotros, los pueblos occidentales, no tenemos esa costumbre, tampoco tenemos razones para adoptar tal costumbre.
No ungirse era una señal de duelo (2 Samuel 14.2). Notemos cómo el ungüento toma una característica de cosmético, en este versículo, el cual nos habla del uso que estas personas les daban a los ungüentos. Por eso, para evitar las tentaciones de la hipocresía, el Señor Jesús les enseña a sus discípulos que no deben dejar de ungirse cuando ayunen.
El ungüento tenía tres características:
1. Tenía el uso ordinario que ya hemos comentado, como lo era el de servir como cosmético.
2. Uso sagrado, tanto para las cosas como para las personas, ejemplo de esto es el tabernáculo y los sacerdotes consagrados, los reyes y los profetas. Al ser ungidas estas personas, quedaban consagradas para Dios en el oficio que se les asignaba.
3. Otra característica era la medicina, como la apreciamos en Santiago 5.14; Lucas 10.34. Este aspecto medicinal es especialmente utilizado por el profeta Isaías para hablar del inmenso daño que les causa a las personas el pecado voluntario, al que gustosamente se habían sometido (Isaías 1.6).
En todo esto, no hemos visto que tengamos que adoptar prácticas orientales, y menos aún darles una superlativa importancia doctrinal. En este punto volvamos a considerar el asunto del velo:
Jesús rechazó completamente toda actitud que implantara una costumbre como ley, por ejemplo, la actitud de los fariseos, para quienes el lavamiento externo era esencial, y la pureza del corazón carecía de importancia (Mateo 7.1 23, Lucas 11.39
Jesús citando al profeta Isaías dijo. "Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mateo 15.8,9). Tiempo después que Jesús enseñara ésto, Pablo enseñaba cuál es el lavamiento más importante para el creyente: "Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios " (1 Corintios
Pero es positivo a estas alturas analizar que existe una costumbre muy importante que se trasladó al seno del cristianismo, como lo describe Hebreos 13.2: "No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles ". Es de gran importancia darle seguimiento a esta clara enseñanza del Nuevo Testamento, extraída de las formas y costumbres orientales, que por ser un mandamiento se vuelve de carácter universal para la Iglesia del Señor.
Si, amigo, más que una vida tradicional, Dios quiere de usted una vida llena de realidades que no estén basadas en meras costumbres sino en las realidades eternas que ya Dios ha establecido para nosotros. Tampoco las costumbres pueden ser de importancia doctrinal, como ya lo hemos hecho notar, y menos aún puede ejercer influencia en cuanto a nuestra salvación el hecho que las practiquemos. No son las costumbres que practicamos lo que nos puede salvar delante del Señor en el día final, solamente la sangre de Cristo el Señor y una vida real de profunda comunión con Dios.
Como ya hemos leído en los pasajes de Mateo 15, debemos hacer una clara distinción entre lo que es el mandamiento del Señor y lo que es una costumbre, y sobre todo convencernos que las costumbres no deben ser convertidas en leyes que nos lleven a tener simplemente una vida religiosa completamente superficial.
Pero más allá de las costumbres religiosas que no pueden salvarnos, están las costumbres pecaminosas que el hombre debe dejar para no ser condenados por ellas. Las Escrituras dicen con meridiana claridad que "todo lo que el hombre sembrare, eso también segará " (Gálatas 6.7). Ahora, mi amigo, es el momento del arrepentimiento sincero delante de Dios, hoy es el día aceptable para el Señor. No retarde más su encuentro con el Señor. Busque a Jesús hoy, y haga que él gobierne su corazón con prácticas que son realmente importantes, con valor eterno, y obtenga la promesa de salvación y vida eterna de parte de nuestro Dios.
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